OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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PERU JORGE FALCON
MARIATEGUI: Por
Jorge Falcón DE
José Carlos Mariátegui no voy a exponer aquí un recuerdo personal o
anecdótico. Tampoco voy a hacer reseña o semblanza de su biografía.
Menos pretendo hacer un estudio de su obra porque ello exige mucho más
espacio que el disponible. Aquí quiero presentar, en proyección de
futuro, un esquema de interpretación de la vida y obra de José Carlos
Mariátegui en su síntesis: el hombre hecho conciencia. La
exaltación nacional de Mariátegui, latinoamericana y mundialmente
respetado, debe ser promovida y sostenida por lo que es sustantivo en su
vida y en su obra. No puede serlo, como quisieran algunos, por su
formalidad de escritor, modo o estilo de la expresión de conceptos, de
ideas, de imágenes y hasta, en no pocos casos consagrados, de hilvanación
armoniosa de palabras. La exaltación nacional de Mariátegui debe ser
viva, esencialmente, por lo que hizo y por cómo lo hizo sirviéndose de
su oficio de escritor. En Mariátegui, el escritor resulta su medio o
herramienta de trabajo fundamental para jugar su papel individual en la
Historia del Perú, casi indivisible de la americana-latina o hispanoamericana,
según gustos e influencias. La
biografía histórica de nuestra cultura ha hecho coincidir en el mes de
abril el aniversario, de nacimiento o de muerte, de algunos de los más
dilectos representantes en las diversas especializaciones de la
inteligencia. Por lo mismo, bien podría ser abril, anualmente mes inicial
de las actividades instructivas —-de la primaria a la superior—, significado como Mes de la Cultura
Peruana, para en su curso, analizando su proceso y honrando a sus
sucesivos progenitores, estimular en los estudiantes y población toda
el conocimiento de las etapas, manifestaciones y figuras singulares de
la cultura en el país. Aquella coincidencia reúne muchos nombres,
dispares en disciplina y orientación, afines en creación en ciencia,
arte, técnica o misticismo. Entre otros, puedo mencionar a Garcilaso,
historiador de dos mundos; Francisco García Calderón, padre, autor del
Diccionario de Legislación
Peruana; José María Entren, poeta de la fina palabra y del pequeño
acontecer; César Vallejo, el poeta de la voz nueva; Abraham Valdelomar,
el cuentista hito de nuestra costa; Pedro Ruiz Gallo, el mecánico del mágico
reloj, precursor de inventos; Teresa González de Fanning, novelista y
predecesora en la enseñanza; Vicente Morales Duárez, independentista,
eminente en las Cortes de Cádiz; Toribio Rodríguez de Mendoza,
propulsor, como el anterior, del primer Mercurio
Peruano y de la independencia nacional; Rosa de Lima, la mística
hacia el cielo, y Flora Tristán, la mística hacia la tierra; Carlos A.
Salaverry, poeta del romanticismo; Manuel Toribio Ureta, legislador de
la liberación de esclavos, negros o indios. En abril muere José Carlos
Mariátegui y, también, nace con quien fueran compañeros inseparables
en una larga etapa, César Falcón, autor de la honda novela peruana
Pueblo sin Dios, por su tema y desarrollo mete miedo de los críticos
formalistas, como el Tungsteno, de César Vallejo, crudo relato de la
explotación de los mineros, ante el cual, aquellos críticos huyen del
fierro candente introduciéndose en el gas de las adjetivaciones. Ellos,
y otros más, son parte de nuestra cultura, ya formal u objetiva. En el
estudio, análisis, valoración de la obra legada por ellos puede
prescindirse, rozarse o hacerse juicio sobre su existencia. O usar la anécdota
como telón de fondo. En cualquiera de tales figuras puede ser pertinente
o no relacionar los actos generales del hombre con su legado
intelectual. Si Mariátegui hubiese muerto antes del año 1923 o si
hubiese proseguido por su inicial ruta literaria y periodística, también
de él cabría un enfoque similar. Antes de ese año, su nombre ya estaba
incluido en la historia de nuestra literatura paisajista. Su estampa La procesión tradicional le había hecho conquistar un galardón,
amén de sur prestigio periodístico; y por cien historietas en las
redacciones de los periódicos o en los cafés "se habría
interpretado su carácter, su existencia en fin. La ruta que eligió,
desde su viaje a Europa hasta su muerte, y el cómo la recorrió desde su
definición, le extraen de aquel marco, le hacen hombre diferente; y así
se incorpora a la Historia verdadera, no sólo a la escrita convencionalmente
sino a la popular y permanente del Perú. En
José Carlos Mariátegui la obra y la vida no hacen paralelas, no
constituyen dualismo. No es el escritor o el político, unas veces
coincidiendo y otras discrepante con su actitud cuotidiana de hombre. En
él, el pensamiento no está unas veces rectado a un principio y otras
dirigido a ser escudero de la existencia. En Mariátegui, el escritor, el
pensador y el político no hacen estaciones. José Carlos Mariátegui no
es ni hombre sumergido ni hombre que no se compromete. En él,
pensamiento, política y escribir son manifestaciones relevadas por la
conducta del hombre que las produce y ampara. Mariátegui es, en el Perú,
la flor dramatizada del hombre hecho conciencia. Respecto
a Mariátegui es vano cualquier intento de esfumar en elogiosas
adjetivos el contenido de su obra, tanto como comentarla o adherirse a
ella con tinta deleble. Hasta juicios respetables por emotivos no son
muy valederos al partir de ángulos del "espíritu", la
"estética" o del límite del incompromiso. Cabe aquí recordar
la advertencia hecha por el propio Mariátegui del paso de "fuertes
contrabandos" bajo los sofísticos mantos de apodos y
denominaciones blancas de lo que tiene su simple y claro nombre. Para
enjuiciar su obra con respetabilidad propia y mutua es preciso definir
punto de mira o poseer trinchera. José Carlos Mariátegui se declaró
"marxista convicto y confesó", eliminando de antemano cualquier
escamoteo en la apreciación de su persona y de sus objetivos. Aún más,
entre el reformismo pequeño burgués y el revolucionarismo proletario
se definió por el segundo. Lo hizo, con justa prisa, en una de sus
primeras conferencias al regresar de Europa. Su
afiliación partidaria, con toda su sangre y sus ideas, a esta filosofía,
el marxismo, concepción de la vida en el cosmos y de las relaciones de
producción de las clases sociales, método de interpretación de los
problemas humanos en todas sus escalas, de la tierra al cielo, esa
afiliación, proclamada exigentemente por él; y de cuyo método se hizo
intérprete en el estudio de cuantas cuestiones abarcó, es la
insoslayable médula valorativa de su obra. Esta vale por aquélla. Es
peruana y científica por el humanismo efectivo y hondo de esa filosofía.
Su obra es permanente por estar orientada, conducida y desarrollada por la
comprensión materialista de la Historia, malamente confundida por
muchos con el economismo y el materialismo vulgares. Por eso su obra no
es "calco" ni es "copia" sino creación interpretativa
de la vida y problemas de los hombres peruanos en proceso social. Por
eso es reconocido en el mundo como valor peruano. Es
esa filosofía, de la que no es simple adherente intelectual sino
afiliado, la que guía todas las creaciones de Mariátegui y los objetivos
prácticos, concretos, de las mismas. Porque Mariátegui no se sirve
del marxismo para especulación mental, medio espectacular de conversación
o tobogán hacia conquistas personales. Mariátegui lo practica en método
de investigación; aclimatándolo en nuestra meta histórica. A causa de
ser así La escena contemporánea
y Amauta; 7 ensayos y Defensa del
marxismo; El Alma Matinal y
Labor, y demás libros, artículos
y conferencias, es decir, toda su herencia es fruto de su filosofía en
unidad de teoría y práctica. En las etapas obligadas —como las de Amauta— o en sus pasiones y aciertos estampa siempre el sello de
su inicial definición de no participar de ninguna tendencia reformista o
evolucionista y de su advertencia de los peligros del confusionismo. No se
le puede, pues, atrapar en ningún vericueto con obscuras intenciones del
pretendido atrapante. Por lo mismo, ha pisado en falso el comentarista
que, intentando justificación a sí mismo, ha querido explicar la
vigencia de la tesis de Mariátegui por el desarrollo o modificaciones
"naturales" del proceso económico capitalista, que se da, con o
contra voluntades personales, como hecho inexorable de crecimiento e
interdependencia de factores; y supuesto dejar; esa vigencia, al cuidado y
decisión de entusiasmos de juventudes intelectuales y universitarias. Las
tesis de Mariátegui son vigentes —como su análisis del capitalismo
yanqui en Defensa del Marxismo— por su estructura materialista y dialéctica
y por alumbrar los caminos del pueblo organizado, con cuadros directivos
de conciencia y duración históricas. En
el exterior del país, Mariátegui es estudia do y valorado,
principalmente, en y por su obra escrita. Se respeta y admira al sociólogo
por sus contribuciones al enfoque de la realidad peruana, parte de la
americana, y de problemas ecuménicos. En esa admiración y ese respeto
hay también algún conocimiento general de su existencia heroica, sin
que, desde luego, se profundice mucho en el significado de ella en el país
y en su tiempo. Y aquí llego al eje de este trabajo. No
siento ni comprendo a Mariátegui subdividiéndolo en "escritor
genial", en "político revolucionario", en hombre
"santo o mártir". No lo siento ni comprendo en esos
calificativos u otros similares sin nexo entre sí en su contenido o con
uno tan débil como para poder ser desconectados los apartes, a gusto
personal. Veo y comprendo a Mariátegui como él mismo se precisara, y le
admiro en la majestad de su conducta social. Porque es ésta, su conducta
social, el nervio conductor de su extraordinaria personalidad humana en
el Perú, respaldando a su orientación doctrinaria. La personalidad se
sostiene sobre la conducta, y así el escritor, el político y el
artista son partes indivisibles del hombre, tan lejos del instinto y del
sensualismo caudillista o mesiánico como tan hondo en la conciencia humana.
Por esa conducta, tan difícil de alcanzar, el hombre dura en los
acontecimientos sucesivos sin evadirse, retrasarse o darse vuelta en la
marcha de la Historia. Definiéndose
hombre de una filiación y una fe, en marxista convicto y confeso, Mariátegui
se precisa conjunto sin discontinuidad. «Mi pensamiento y mi vida
constituyen una sola cosa, un único proceso. Esta es la más clara y
categórica declaración de un hombre sin dualismo, de un hombre
comprometido por igual en lo que piensa y hace, de un hombre simplemente
tal en las situaciones difíciles. Porque esa proclamada y confirmada
unidad de pensamiento y existencia no es excelente en el plano social de
las condiciones dominantes. Es un pensamiento y una existencia unida en
su discrepancia con aquellas condicionas dominantes. Y para funcionar así
unidos, la existencia se afirma y el pensamiento se nutre de une
conducta social esclarecida y liberada de compromisos y prejuicios pequeño
burgueses. La
conducta social del hombre, en cuanto individuo, sólo puede medirse en
relación a las posibilidades que le brinda la sociedad en que vive. No
será conducta de mayor- firmeza al mantenerse o conservarse en una posición
ideológica por estarle cerradas las puertas del recinto abundante en
usufructos prácticos, materiales. Los en tal situación, por lo general
permanecen en una trinchera sólo hasta que les abren esas puertas para
introducirse a servir lacayamente de guía al anterior
"enemigo".Algunos, es cierta, se mueren esperando esa
oportunidad. El realce de la conducta social está, al contrario,
justamente en permanecer hasta el fin de la vida en su trinchera,
rechazando al enemigo en todas sus ofertas de halagos y bienes. La figura
es cabal para relevar la conducta social de Mariátegui en sus años de
hombre con una filiación y una fe. Es
sumamente temerario el sentido de la pregunta que, en abril de 1955, se
hiciera el señor Luis Paredes, escribiendo en La
Prensa y en aire de elogio, de que: «si el devenir que fue negado a
Mariátegui, no nos lo mostraría, de haber llegado a nuestros días,
integrando las filas selectas que hoy encabezan Malraux y Silone». Que
yo sepa, nadie —aparte yo, en la conferencia dicha en ese mismo mes en
el Instituto Cultural Latino-Americano del Perú, y que en lo fundamental,
está aquí reproducida— ha rechazado esa atrevida hipótesis, y creo
necesario haya constancia escrita de su repudio. Mariátegui no fue ningún
aventurero ni resentido como los admirados por el señor Paredes. No era
un diletante "progresista", un ambicioso de gloria a cualquier
precio ni un valor de cambio. De haberse inclinado a alguna de estas
inferiores categorías humanas no habría necesitado esperar llegar
"a nuestros días" para variar de ruta. A él lo estuvieron
esperando, desde 1923 a 1930, en que murió. Para cambiar de. trinchera,
para hacerse un escritor de cultura pura (y luego defensor del colonialismo
y Ministro, como el señor Malraux), para borrar con el codo la firma de
su mano y llenar ésta de monedas defendiendo la esclavitud de los pueblos
en el "mundo libre", falacia que aún no se había inventado,
tuvo todas las posibilidades. Hasta pretextos del más "puro"
sentimentalismo. Sin el repetido recurso de las necesidades de los hijos
o de las "rectificaciones" ideológicas le habría bastado con
acceder a los "amistosos" ofrecimientos de ayuda para curarse.
Infelizmente hay quienes no pueden comprender la existencia de hombres con
sentido histórico, hombres de filiación y fe para toda la vida. Sin
embargo, esos hombres existen y son quienes guían los acontecimientos de
transformaciones históricas. Mariátegui es uno de ellos, y en el Perú
de este siglo, el más diáfano ejemplo de fusión de la sangre con las
ideas, metiendo una en las otras. Mariátegui
era una deseada adquisición para el leguiísmo, para cualquier grupa político
o clan intelectual. Desde el primera, hombres colocados en las alturas del
régimen eran sus amigos, sus admiradores: "defensores" de su
salud y "su porvenir". Por varios caminos, pues, Mariátegui
hubiera podido "salvarse" de la pobreza; hacerse "gloria
literaria". Como un ejemplo, como un hito, como aquel antepasado
suyo, fundador de la República, que á los noventa años de edad murió
liberal sin arrepentirse, provocando la oposición de las autoridades de
la. Iglesia de entonces a que fuera enterrado en el cementerio católico,
José Carlos Mariátegui muere "convicto y confeso" como hombre
de "una filiación y una fe". Como
la de todos los hombres, la obra escrita de Mariátegui es revisable. Lo
que es inmarcesible es su conducta social. Por ella es sincrónico su
recorrido de los cuatro caminos del hombre. Por ella, su pensamiento y su
vida constituyen una unidad. Es como su rostro y su bandera. Informando La
Crónica del traslado de los restos de Mariátegui del nicho al
mausoleo, dijo que al ser abierto el cajón «los médicos pusieron de
relieve cómo el rostro del pensador, así como la bandera con que fue
cubierto, se mantenían intactos a los estragos del tiempo, mientras que
el cuerpo y vestidos se hallaban ya casi destruidos». Valga el símbolo.
¡Que a otros muertos, el tiempo sólo les respetará sus vestidos! A
la conducta social de José Carlos Mariátegui, dura faena de mantenerse
simplemente hombre, conducta con la cual vació su sangre en sus ideas,
hermosa conquista de la conciencia, a este Mariátegui inimitado desde el
campo en que sembró sus trigos y en donde trazó una raya, sólo el
pueblo y su vanguardia política lo imitarán siguiendo su derrotero histórico. Al destacar la conducta consecuente de Mariátegui, y poner énfasis en su singularidad en el país, y en su tiempo, no ando perdido en sentimentalismo o idealismo alguno. La levanto al filo de los ojos como una enseñanza. Ello proviene de las experiencias que aun obstaculizan el desarrollo de la organización social, cívica y sindical en el Perú, en donde el transfuguismo se pone a riesgo de ser considerado mentalidad nacional. Para Mariátegui "la Historia es duración", y una característica repetida y multiplicada de hombres que en la juventud aparecen progresistas o revolucionarios es no durar en esas filas. No me refiero, claro es, a quienes se conservan. Es decir, a quienes adheridos a la causa del pueblo o militantes, cual estatuas, estáticos y vegetando, se conservan en ella, sin progresar, sin aliento, sin avanzar. La referencia es directa a quienes, por contingencia o aparente positivo valor, suben hasta la condición o capacidad de orientar o dirigir. Y es ante la multiplicación de los cambios de rumbo que la conducta, la moral, la consecuencia de Mariátegui, siempre estudiando, siempre creando, fijan, con nitidez, lo que en verdad es el sentimiento histórico del hombre revolucionario. Sólo ahí podría estar el único mariateguismo, no acudillismo sino enseñanza. Lo demás de José Carlos Mariátegui, inclusive su conducta social, en un todo es marxismo. NOTA: 1 Conferencia pronunciada por Jorge Falcón en el acto conmemorativo que cumplió el Instituto Cultural Latino Americano del Perú con motivo del XXV aniversario de la muerte de José Carlos Mariátegui, abril de 1955. Se publica por primera vez este original, en su integridad y revisado por su autor. |
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